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 “Hoy les ha nacido, en la ciudad de David un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc. 2,11). Con estas palabras los ángeles anunciaron el nacimiento de Jesús, en aquella noche bendita que conmemoramos en cada Navidad. Es el Evangelio que la Virgen María había ya aceptado en la mañana de la Anunciación, y que esa noche fue dirigida en primer lugar a unos pastores que vivían en las afueras de Belén, en los despoblados y en medio de durísimas condiciones. 

El nacimiento de Jesús es la manifestación de la proximidad de Dios a toda persona humana. “Jesús es el eterno contemporáneo de la humanidad”. El Hijo de Dios no eligió manifestarse como los poderosos de este mundo e instaurar un reino por la fuerza. Al contrario, escogió nacer sin privilegios ni nada que le impidiese servir a cada persona humana por quienes dio su vida. El servicio a sus contemporáneos y el anuncio del Reino de Dios fue su testimonio e instrumento más eficaz para que los hombres y mujeres, de ayer y de hoy, conocieran y amaran a Dios Padre y conocieran su destino de eternidad.

El misterio de la Navidad nos revela el plan amoroso de Dios Padre que envía a su Hijo en la pequeñez de nuestra carne mortal para que nosotros creciéramos con Él. Así, este pequeño Niño que nace en un pesebre, nos ilumina un camino de comunión entre todos los habitantes del mundo y de nuestra patria.

Sin duda, esta comunión entre todos los habitantes de la patria chilena es un don que Dios nos quiere regalar, y es un anhelo que como sociedad hemos buscado incansablemente. 

Vivimos en un Chile polarizado. Los políticos (los éticos de la “polis”, de la ciudad) no llegan a acuerdos en necesidades básicas. Escandalizan.

La situación de la educación, la salud, la vivienda, las pensiones de los jubilados, la defensa de la vida, la corrupción, el crimen organizado, entre otras, son clamores que los cristianos no podemos ignorar. Cada cual, desde su propia realidad y condición, tiene la grave misión de contribuir a realizar desde ya el reino de Dios: reino de paz, justicia y amor, pero con la valentía de denunciar lo que se opone al plan de Dios.

Estamos seguros de que la salvación que nos trae el nacimiento de Jesús es el mayor bien que poseemos, ¡y es ofrecido a todos! Pero los demás bienes de la tierra también deben alcanzar para todos los seres humanos. Sin embargo, se constata con dolor que ese plan de Dios no se realiza, y que millones de personas, ni en el día de Navidad ni ningún otro, tienen verdaderos motivos para celebrar. Con orgullo nos preciamos de ser un país solidario, pero muchas veces aquella solidaridad se diluye y no se entiende si antes no hay verdadera justicia social. 

Aun así, no decae nuestra esperanza porque desde el pesebre Jesús nos invita a vencer el pecado que engendra inequidades, divisiones y odiosidades. En el amor manifestado por Dios en su Hijo encontramos la senda que nos trae la paz. En su comunicación con el mundo hallamos el diálogo amoroso de Dios a los hombres, que nos exhorta a sustituir un modo agresivo de convivencia social y política. Por eso los ángeles también exclamaban ante el nacimiento de Jesús: “¡Paz a los hombres que ama el Señor!”. Es la paz que Dios quiere construir con nuestra colaboración, buscando el bienestar y la dignificación de todos. Animémonos para cumplir esta hermosa misión.

Mensaje de Navidad

+ Cristián Contreras Villarroel

Obispo de Melipilla

 

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