Patrono de la Diósesis: San José

En el Plan Reconciliador de Dios, San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y de ser esposo virginal de la Virgen María. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima de la Virgen María.
San Mateo (1,16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3,23), su padre era Helí. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.

 
Según San Mateo 13,55 y Marcos 6,3, San José era un «tekton». La palabra significa en particular que era carpintero o albañil. San Justino lo confirma, y la tradición ha aceptado esta interpretación. 
Nuestro Señor Jesús fue llamado «Hijo de José», «el carpintero» (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,22). Como sabemos no era el padre natural de Jesús, quién fue engendrado en el vientre virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios, pero José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María! 

 

– Modelo de silencio y de humildad:

Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos palabras expresadas por él, tan sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo.

Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Es, pues, el «Santo del silencio». 
Su santidad se irradiaba desde antes de los desposorios. Es un «escogido» de Dios; desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. No es que haya sido uno de esos seres que no pronunciaban palabra, fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: «sean pocas tus palabras». Es decir, su vida sencilla y humilde se entrecruzaban con su silencio integral, que no significa mero mutismo, sino el mantener todo su ser encauzado a cumplir el Plan de Dios. San José, patrono de la vida interior, nos enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios con toda nuestra vida. 

 

– Vida virtuosa:

Su libre cooperación con la gracia divina hizo posible que su respuesta sea total y eficaz. Dios le dio la gracia especial según su particular vocación y, al mismo tiempo, la misión divina excepcional que Dios le confió requirió de una santidad proporcionada. 
Se ha tratado de definir muchas veces las virtudes de San José: «Brillan en el, sobre todo las virtudes de la vida oculta: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardo con amor y entrega total, el depositó que se le confiara con una fidelidad propia al valor del tesoro que se le deposito en sus manos.» 
San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de S. José Obrero, celebrada el 1 de mayo, presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales. 

 

– Amor virginal:

La concepción del Verbo divino en las entrañas virginales de María se hizo en virtud de una acción milagrosa del Espíritu Santo, sin intervención alguna de San José. Este hecho es narrado por el 
Evangelio y constituye uno de los dogmas fundamentales de nuestra fe católica: la virginidad perpetua de María. En virtud a ello, San José a recibido diversos títulos: padre nutricio, padre adoptivo, padre legal, padre virginal; pero ninguna en si encierra la plenitud de la misión de San José en la vida de Jesús. 
San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre, del mismo modo que ejerció sobre María, virginalmente, las funciones y derechos de verdadero esposo. Ambas funciones constan en el Evangelio. Al encontrar al Niño en el Templo, la Virgen reclama a Jesús:»Hijo, porque has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, te buscábamos». María nombra a San José dándole el título de padre, prueba evidente de que él era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en José un reflejo y una representación auténtica de su Padre Celestial. 
La relación de esposos que sostuvo San José y Virgen María es ejemplo para todo matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. 
La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma más pura y sublime.
Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios. 

 

– Dolor y Alegría:

Desde su unión matrimonial con María, San José supo vivir con esperanza en Dios la alegría-dolor fruto de los sucesos de la vida diaria. 
En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el Jesús, Hijo de Dios. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cuál sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y más tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: «Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él»(Lc 2,33). 
Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado. 
San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto. Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada, siendo modelo ejemplar de esa amorosa obediencia que como hijo debe a su Padre en el cielo. 
Lo más probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla más de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto. 
Según San Epifanius, San José murió en sus 90 años y el Venerable Beda dice que fue enterrado en el Valle de Josafat. 

 

– Patrono de la Iglesia Universal:

El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870. 
¿Que guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María. 
Cuando Dios decidió fundar la familia divina en la tierra, eligió a San José para que sea el protector y custodio de su Hijo; para cuando se quiso que esta familia continuase en el mundo, esto es, de fundar, de extender y de conservar la Iglesia, a San José se le encomienda el mismo oficio. Un corazón que es capaz de amar a Dios como a hijo y a la Madre de Dios como a esposa, es capaz de abarcar en su amor y tomar bajo su protección a la Iglesia entera, de la cual Jesús es cabeza y María es Madre.

 

– Devoción a San José: 

Una de las más fervientes propagadoras de la devoción a San José fue Santa Teresa de Ávila. En el capítulo sexto de su vida, escribió uno de los relatos más bellos que se han escrito en honor a este santo: 
«Tomé por abogado y protector al glorioso San José, y encomiéndeme mucho a el. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores, este padre y señor mío me saco con más bien de lo que yo le sabía pedir.
No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa tan grande las maravillosas mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; de este santo tengo experiencia que socorre en todas las necesidades, y es que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenia nombre de padre, y le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios». 
Otros santos que también propagaron la devoción a San José fueron San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones) y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al Santo Custodio. 
Es así como surgen en la devoción del Pueblo de Dios multitud de personas, de múltiples condiciones, oficios y estados que se ponen bajo su especial protección. 

 

San José es venerado además como el Patrono de:

– los Padres de Familia
– los Trabajadores 
– los Obreros 
– los Carpinteros 
– las Personas Vacilantes 
– los Viajeros 
– los Moribundos 
– la Buena Muerte y 
– la Justicia Social.

Las principales fuentes históricas que tenemos sobre San José son los Evangelios, en particular los primeros capítulos de Mateo y Lucas. Existe además una amplia literatura apócrifa que narra muchos detalles de la vida del Santo Patriarca, como «El Evangelio de Santiago», el «Pseudo-Mateo», el «Evangelio de la Natividad de la Virgen María», «La Historia de José el Carpintero». Sin embargo, nos vamos a centrar en los elementos que ciertamente sabemos sobre San José, gracias a los relatos evangélicos.

Sabemos que era un carpintero, un trabajador. Los escépticos nazarenos preguntaban sobre Jesús: 
«¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?»(Mateo 13,55).

José no era rico, puesto que cuando llevó a Jesús al templo para ser circuncidado y a María para ser purificada ofreció el sacrificio de dos tórtolas o un par de palomas, permitido sólo a aquellos que no podían pagar un carnero: 

«Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está  escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito ha de ser consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio «un par de tórtolas o dos pichones», conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.» (Lucas 2,22-24).

No obstante su humilde trabajo y lo escaso de sus medios de subsistencia, José provenía de un linaje real. Lucas y Mateo discrepan acerca de los detalles de su genealogía, pero ambos subrayan su descendencia directa de David, el más grande rey de Israel (Mateo 1,1-16 y Lucas 3,23-28). De hecho el Ángel que le anuncia el milagro de la Encarnación a José le llama «Hijo de David,» un título real usado también para Jesús. 
Sabemos que José fue un hombre de profundo silencio y visión sobrenatural para percibir la acción de Dios. En efecto, cuando María queda encinta, decide repudiarla debido a su conciencia del origen divino del Niño, para no dar ocasión de escándalo o para no interferir en la obra del Señor. Así leemos en la Escritura:

«Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer aunque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá  y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús». (Mateo 1,19-25).

Sabemos que José era un hombre de fe, obediente a lo que Dios le pidiese aún sin saber lo que podría suceder después. Cuando el Ángel vino a San José en sueños y le dijo la verdad acerca del niño que María traía en su seno, inmediatamente y sin cuestionamientos ni murmuraciones tomó a María por esposa. Cuando el Ángel de nuevo se le aparece en sueños, esta vez informándole que su familia estaba en peligro, inmediatamente dejó cuanto poseía, su familia y amigos y huyó a un país extraño con su joven esposa y el niño. Esperó en Egipto sin poner en duda la voluntad de Dios hasta que el Ángel del Señor le indicó que era seguro regresar (Mateo 2,13-23).

Sabemos que José amaba al Señor Jesús. Su primera preocupación era la seguridad del niño que le fue confiado. No sólo dejó su hogar para proteger al Señor sino que a su retorno se estableció en las afueras de Nazaret por temor a su vida. Se indica también en las escrituras que cuando Jesús se perdió en el Templo, José junto con María le buscaron con gran ansiedad por tres días (Lucas 2,48). Además sabemos que José trató a Jesús como su propio hijo puesto que el pueblo de Nazaret repetía: «¿No es éste el hijo de José?» (Lucas 4,22). 

Sabemos que José respetaba a Dios. Cumplió la ley resolviendo su situación con María y llevando a Jerusalén a Jesús para ser circuncidado y a María para ser purificada después del nacimiento del Señor. También sabemos que llevaba a su familia todos los años a Jerusalén para celebrar allí la Pascua, algo que no debió ser fácil para un simple trabajador como José.

Debido a que San José no aparece durante la vida pública de Jesús, hasta su muerte y resurrección, muchos historiadores creen que José murió antes que Jesús comenzara su ministerio público.

Hay muchísimas cosas que quisiéramos saber sobre San José, pero las Escrituras nos han dejado el dato más importante: que José era un «hombre justo» (Mateo 1,18).

¿Qué nos enseña San José para nuestra Vida Cristiana?

Tratar de ahondar en las virtudes de San José como modelo de Vida Cristiana y acercarnos a su «fisonomía espiritual» requiere de un trabajo difícil y extenso. Esta página tan sólo pretende esbozar brevemente las virtudes que brotan de San José para nuestra vida cristiana. 
No es un simple aplicar las virtudes que consideramos debe tener un gran santo, es profundizar en el «en sí» de su realidad, basados siempre en las luces que nos ofrecen la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia. 
Aprendamos pues algunas de las virtudes de este gran santo y cómo aplicarlas para nuestra vida cristiana: 

 

No Hace Juicios Temerarios: 

Indiscutiblemente, San José durante toda su vida se vio enfrentado a situaciones que lo desbordaban, que no entendía por completo; sin embargo su actitud lejos de ser soberbia es, por el contrario, humilde y reverente. 
Si bien no comprende todo lo que está pasando, San José no hace juicios temerarios ni reproches; no recrimina nunca a Dios por no esclarecerle todo lo que estaba ocurriendo, no se siente con «derecho» de pedir explicaciones. Su actitud es más bien todo lo contrario: el santo varón confía, y ¡cómo lo hace!, ante las situaciones misteriosas que obviamente lo sobrepasan José se muestra confiado, pues él sabe en Quien ha puesto su confianza.

Ante el hecho de la encarnación virginal de María, José no lanza juicios inculpatorios, su confianza en María es plena, cayendo más bien al inicio en la indecisión, en la sorpresa, en el desconcierto, antes de realizar algún juicio contra María. Busca la salida apropiada, pero no a costa de María, ni de su propia integridad, una salida justa que busca prudencia en el juicio, y la objetividad.

San José es pues para todos nosotros un modelo de hombre prudente; no juzga las situaciones que no entiende, no da lugar en su interior a cavilaciones inútiles, ni trata de abarcar con su entendimiento todo lo que esta ocurriendo. Y es que, indiscutiblemente, José no mide la realidad de acuerdo a los criterios del mundo; todo lo contrario, estaba siempre abierto al plan de Dios y confiaba plenamente en él. Es modelo de respeto a la persona, a la honra ajena. Es un modelo para todos los hombres de hoy, en especial para los matrimonios que tan frecuentemente se ven sumergidos en tantas inútiles y no pocas veces absurdas contiendas que resquebrajan e hieren la confianza, que hieren la dignidad de uno de los cónyuges, que levantan una polvareda que va dando un testimonio desastroso ante los hijos. 

 

Un Hombre de Fe Ejemplar

Cuando nos acercamos a la figura de San José nos encontramos indudablemente ante un hombre de fe, un hombre que durante toda su vida confió siempre en el Señor.

Ante las palabras del ángel, en lo que el Papa Juan Pablo II llama la «anunciación nocturna», José no vacila, sino que, movido por su fe inquebrantable, se lanza a la inmensa aventura de hacer lo que Dios le pedía. San José es pues, al lado de nuestra madre María, un modelo de fe, que nos muestra como ésta es un camino de realización personal y de plenitud. Toda su vida y sus conductas se basan en esta virtud.

El santo varón nos enseña también como la fe es un don al que hay que acoger con reverencia; su cercanía al Señor Jesús y a Santa María lo van educando en la fe durante toda su vida, educación que el Santo custodio del Señor sabe acoger en su corazón mediante el silencio y la escucha reverente.

Profundizando en la fe de José, vemos que ésta no se queda en una mera adhesión teórica o racional, tampoco en un puro sentimiento, ni en un quehacer sin ninguna referencia a lo trascendente. La vivencia de la fe en San José nos muestra cómo la fe auténtica es una fe de mente, de corazón y de acción; por todo esto San José es pues, para nosotros los cristianos, un modelo de fe integral. 

  
Obediencia Paradigmática

«En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». 
Si bien estas palabras fueron dichas por el Señor Jesús dirigiéndose a Pedro, al ver la actitud obediente de San José nos encontramos con un hombre que supo también vivirlas con total radicalidad. José, por encima de sus propios planes, busca entregarse totalmente al Plan de Dios, «extiende» sus manos y se pone en las manos del Padre.

La obediencia de San José es un modelo para todos nosotros: permaneciendo atento al plan de Dios, acoge lo que el ángel le anuncia y pronuncia su propio «sí». La obediencia lo lleva también a partir con prontitud a Egipto en medio de la noche y las dificultades, también la vivencia de esta virtud lo mantiene durante toda su vida fiel al Plan del Padre, atento a salir al encuentro de todas las necesidades de Santa María y del Señor Jesús.

José es pues, un modelo paradigmático de obediencia, de entrega sin medida a Dios, de donación total. San José nos muestra a los hombres de este siglo, instalados en falsas seguridades y cerrados sobre nuestros propios caprichos, que la obediencia vivida con prontitud y generosidad es un camino que plenifica y dignifica a quien lo sigue y que todos estamos llamados a recorrer. 

 

Plena Disponibilidad

Es realmente cuestionante ver la prontitud y la disponibilidad con las cuales San José responde al mensajero del Padre en todas las circunstancias de su vida. Es también muy elocuente ver cómo la Escritura no nos narra ninguna palabra de este Santo Varón.

Al acercarnos a los pasajes del evangelista San Mateo vemos que, al referirse a San José, nos muestra su plena disponibilidad narrándonos sus actitudes: «Despertado José del sueño, hizo lo que el Ángel del Señor le había mandado…» (Mt. 1, 24); «El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto» (Mt. 2, 14); «El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (Mt. 2, 21). Así, pues, es tan grande su disponibilidad que el Papa Juan Pablo ll la asemeja a la de María.

Sin embargo esta disponibilidad de José no nace de la noche a la mañana, no es algo que surge de un día para otro. Por el contrario, San José durante toda su vida va educándose en la libertad, despojándose de todo lo que lo pudiera atar o limitar para cumplir con santa eficacia el designio divino.

Mirando, pues, a San José nos damos cuenta cómo la disponibilidad es una actitud que estamos todos llamados a vivir, sin importar cuál sea nuestra vocación particular. 

 

San José: Un Varón Justo

El término justo en el lenguaje bíblico tiene una amplia connotación, la cual se refiere a una persona que vive su vida en torno a Dios, confiando en Él. Un varón justo es aquel que cumple los preceptos de Dios, los preceptos religiosos, que más que un legalismo civil son unos medios para adherirse a Dios y ser fiel a Él.

Los sacrificios, las obligaciones, y las virtudes propias del hombre Judío deben llevarlo a un encuentro con Dios. Durante la historia del pueblo de Israel, los hombres estuvieron esperando la realización de la promesa de Dios, especialmente cuando la promesa se concreta en la espera del Mesías. Los hombres justos eran aquellos respetuosos de Dios, temerosos de Dios, que cumplían en todo su Plan, y vivían expectantes esperando la manifestación de Dios.

Cuando el evangelio habla de San José como un varón justo, este adjetivo engloba toda su realidad, San José es un hombre Justo. «Justo» vendría a ser como el nombre que expresa su más profunda realidad, así como el Ángel le dice a María «llena de gracia», expresando la mismidad de la doncella de Nazaret. Al decir que San José es un hombre justo se refiere a que es cumplidor de la palabra de Dios, obedece los preceptos, está atento a las mociones de Dios, y obedece con prontitud a ellas. Tal como Simeón, debía esperar la manifestación de Dios, la encarnación del Mesías. Era un hombre virtuoso. Las virtudes que contemplamos en San José esposo de María y Padre de Jesús no son gratuitas, el ejercicio de su libertad lo fue realizando a través de toda su vida, preparándose a lo largo de ella para esa magna misión.

Para comprender mejor, podríamos asemejar la palabra justo con santo: justicia es santidad. 
Esto nos permite iluminar el hecho de la inicial intención de José de separarse en secreto de María. Al estar ella en cinta, y siendo el fruto de su vientre de un origen divino, José decide separarse para no intervenir en la acción de Dios. Ésa es la actitud –por cierto respaldada en una antigua tradición– que parece estar más de acuerdo con la fisionomía espiritual del justo varón, pareciendo poco probable la hipótesis de que San José decidió separarse de María por dudar de ella al haber concebido un hijo, lo cual no parecería coincidir con la «justicia» de José, pues en tal caso –como fiel cumplidor de la ley– hubiera tenido que denunciarla.

San José nos enseña a vivir la vida en Dios, a tener una visión de eternidad, una visión sobrenatural de las cosas, así como él la actitud de cumplir siempre la voluntad de Dios. 

 

Sabe vivir ejemplarmente el silencio activo

Los pocos pasajes que nos hablan de José en las Sagradas Escrituras lo muestran como un hombre silencioso. El silencio que vive José es un recto ordenamiento de sus facultades que le permite estar atento a las disposiciones del Señor y acogerlas. José está atento a lo que Dios quiere, acoge su palabra, y vive en consecuencia con lo que ha escuchado.

En los dramáticos momentos de la incertidumbre ante la concepción virginal de María, y su papel en el Plan de Dios lo vemos silencioso, dócil a las mociones del Espíritu. Ante la inmensa alegría de la encarnación del Mesías, tampoco lo vemos en una actitud jubilosa de salir a proclamarlo, a contarle a todos, sino que asume silenciosamente su misión de Padre y esposo.

En el momento de la pérdida del niño no lo vemos angustiado, haciendo escándalo, ante el misterio que no comprende; lo acoge, y, tal como María, atesora todo ello en su corazón.

El silencio de acogida de José lo lleva a escuchar atentamente al Señor a través de su Ángel, y a actuar de manera rápida ante lo que le pide. Ese silencio no lo lleva a tener un papel pasivo en la vida de Jesús y de María, por el contrario, lo lleva a asumir fielmente su papel de Padre y protector, descubriendo el Plan de Dios en cada circunstancia, acogiéndolo y obrando en consecuencia. Por ello se le aplican las palabras del Evangelio referidas a María: «Dichoso aquel que escucha la palabra de Dios y la pone por obra».

Por último, el silencio de San José nos habla de una profunda vida interior, de una profunda relación con el Señor en todos los momentos de su vida, de una permanente presencia de Dios. 
Ante los tiempos actuales, tiempo del ruido, de la superficialidad, de la poca escucha, San José surge como modelo para todos los hombres enseñándonos cómo el silencio es una camino para alcanzar el señorío de sí, el recto ordenamiento de nosotros mismos, es una pedagogía de la voluntad. 

 

Modelo de Desprendimiento

Ante el llamado de Dios, José actúa con prontitud. Todos los proyectos, los planes que tiene en su vida, ceden ante la misión a la que Dios lo invita. José acoge con alegría los planes del Señor, sabiendo que la grandeza de su vida no está en sus planes y logros humanos, sino en la grandeza de la causa a la cual sigue.

La docilidad con que acoge José las mociones del Señor en cada circunstancia y la confianza plena con que Dios lo proveerá lo llevarán a desprenderse de sus proyectos, de sus humanas seguridades, y a entregarse con toda la generosidad de su corazón al seguimiento del camino por el que el Señor lo convoca. Así lo vemos al acoger la invitación del Señor de ser el casto esposo de María; también al partir para Egipto, para regresar unos años después, viviendo el desapego a las comodidades, a la estabilidad de quien planea minuciosamente su vida, por la docilidad de aquel que obedece los designios de Dios. 

 

Modelo de Pureza y Castidad

En la misma línea del desprendimiento ocupa un lugar privilegiado la castidad perfecta vivida por San José. 
El horizonte al cual lo convoca Dios lo lleva a vivir la pureza y la continencia, así como la templanza. La vocación de custodio del Señor y de la virginidad de María, dentro del matrimonio, siendo padre y esposo, es una invitación a vivir también él una castidad perfecta, enmarcada en su relación donal hacia Jesús y María. Esa castidad perfecta de San José es custodia permanente del tesoro de la virginidad de María.

San José renuncia por un amor virginal incomparable al natural amor que constituye y alimenta el matrimonio. En la castidad de San José, fundamentada en la generosa y total entrega a Dios, descubrimos el horizonte de la vida célibe, la cual es disposición y libertad de entregarse plenamente por amor a Dios y su Plan. Además, el horizonte de la vida casta en el matrimonio; castidad que es donación, respeto a la otra persona, castidad plenificante que inscribe el amor de los esposos en el amor de Dios.

San José con su modélica castidad nos señala a todos los hombres, cada uno según su llamado, el plenificante camino de la castidad que nos lleva a entregarnos, por amor, a Dios y a los hombres. 

 

Auténtica Paternidad

Ante el miedo experimentado por José al conocer el milagro de la anunciación-encarnación, y el deseo de apartarse para no entorpecer los planes del Señor, Dios lo confirma como esposo de María, y le encomienda la misión de ser Padre putativo de Jesús, lo cual quiere decir que es considerado como Padre, no siéndolo por la carne, sino por la caridad, tal como dice San Agustín.

San José es plenamente Padre de Jesús, no sólo por ser el esposo de María, sino porque Dios le señala que ha de ponerle el nombre al niño por nacer, dándose con ello, según la costumbre judía, la responsabilidad paterna. Y asume de tal manera la responsabilidad de Padre, que tal como nos narra San Lucas, «Para todos era hijo de José» (Lc. 3,23).

San José asume con total responsabilidad su vocación, cuidando de Jesús y de María, educando a Jesús, y manteniendo el hogar de Nazaret. Como dice el Papa León XIII, «José se convirtió en el custodio legal, administrador y defensor de la Sagrada Familia que estaba bajo su tutela. Y durante toda su vida cumplió plenamente con esas responsabilidades y deberes». (Quamquam Pluries, 3).

La paternidad que San José ejerce con Jesús se nutre del respeto y auténtica reverencia hacia su Hijo (como se muestra en la escena de la pérdida y hallazgo en el templo), así como de todo el amor que el corazón de un Padre puede tener.

 

Padre Trabajador

Vinculado al tema de la paternidad está el de sustentador del hogar. Por medio del trabajo hace lo necesario para el sustento de la familia a él encomendada.

La vida cotidiana de San José en Nazaret estuvo dedicada al trabajo. La vivencia del trabajo de San José es modélica para todos los trabajadores; de ahí que sea considerado el patrono de todos ellos. En medio del trabajo tuvo la oportunidad de ejercitarse en múltiples virtudes como la humildad, la fidelidad en las cosas simples y pequeñas, adquirir la conciencia del origen divino de los bienes, así como la profunda reverencia hacia las personas para quienes trabajaba.

San José hacía de su vida cotidiana una liturgia continua; para él, el trabajo era una excelente ocasión para orar. En medio del trabajo, y por medio de él se mantenía en una constante presencia de Dios. La profunda vida interior de San José se desarrolló en su vida cotidiana, en el hogar y en el trabajo.

En San José se muestra la dignidad del trabajo por más simple que sea, así como el horizonte de santificación en la vida cotidiana para todos los hombres, cada uno según la vocación particular a la cual ha sido llamado. 

 

El Amor a Dios, la Unión con Jesús y Santa María. El Amor a Todos 

San José amó a Dios tanto como pudo amar. Es ese amor a Dios el que sostiene toda su vida. Ese profundo amor se descubre en la docilidad a las mociones de Dios, en el silencio y reverencia con que las escucha y acoge. En la obediencia plena, total, hasta el último momento a la misión a la que era convocado. En la profunda alegría que se descubre en el cumplimiento de su misión. En la constante presencia de Dios, en la adhesión a sus designios. Incluso la tradición que habla de la voluntad de San José de consagrarse a Dios muestra más ese profundo amor. Esa profunda relación amorosa con Dios lo ayuda así a cumplir con su vocación de ser la sombra del Padre.

La unión amorosa con Jesús se muestra a través de su reverente paternidad, la cual según palabras del Papa Juan Pablo II influye en el amor filial de Jesús, y éste a su vez influye en el amor paterno de José, originándose una profunda y misteriosa relación de amor entre ambos.

La unión de José y María fue total. El vínculo matrimonial une de una manera misteriosa a ambos cónyuges. Su unión espiritual es sólo perceptible por la unión de cada uno de ellos, desde su propia realidad, en la participación de los extraordinarios misterios de Dios que les fueron comunicados y a cuya realización, cada uno según su propio llamado, fueron invitados a cooperar viviendo la primicia de la fe. La unidad de José y María lleva a éste a participar de la vida de María, del misterio de la encarnación, y de todas las virtudes suyas.

La vida de amor de San José, por su perfección misma, se prolonga a todos los hombres, en particular dada la definitiva universalidad del gran Misterio de Amor del que se le invita a ser eximio y singular cooperador, luego de Santa María virgen.

Así como San José es padre del Señor y Custodio de la Familia de Nazaret por amor, ese mismo amor que se extiende a todo el género humano, va a extenderse sobre toda la Iglesia bajo la forma de su paternidad. San José es Patrono de la Iglesia, y protector de ella, como dice el Papa León XIII «Es, por ello, conveniente y corresponde que así como San José atendió a todas las necesidades de la familia de Nazaret y concedió su protección, cubra ahora con el manto de su celeste patrocinio y defienda a la Iglesia de Jesucristo». (Quamquam Pluries, 3).