Hermana Gabriela de Puangue
“María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Lc 1, 38
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Jn 1, 14
Gracias María por tu sí al anuncio del ángel, por acoger con gozo y alegría al Señor, porque nos invitaste a recibir con esperanza al Salvador, con tu generosa aceptación Dios se hace hombre y nos traes la esperanza y salvación.
“Estando allí le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada”. Lc 2,6-7
En el silencio de un pobre pesebre nace el Hijo de Dios, el Todopoderoso se baja y viene a nosotros, en un pequeño Niño frágil y débil que necesita nuestros cuidados y atención; que misterio de amor tan infinito: el Creador se hace criatura, con un amor incondicional, inconmensurable por cada uno de sus hijos; todo un Dios en ese pequeño, tierno y frágil Niño.
Un Dios que no vino en el poder ni en la gloria, sino en la sonrisa y la ternura de un recién nacido. En Él se nos muestra la fuerza del amor frente al odio, al rencor, a la falta de perdón. Poner amor donde estemos cambia a las personas y al mundo.
Dios se ha hecho Niño, pobre, indefenso, vulnerable; nos invita a adorarle, contemplarte, para que en ti crezca el amor.
Dios se hizo hombre, para que podamos compartir su propia vida.
Dios se ha hecho hombre y ha querido llorar, reír y compartir tus alegrías y también tu dolor.
Un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, nuestra debilidad es nuestra fortaleza.
Dios se hizo pobre y obediente para compartir nuestros sufrimientos y debilidades. Para que lo frágil, sencillo y cotidiano brille como una luz, una luz intensa.
Acerquémonos al pesebre y adorémosle con devoción y acojamos en cada hermano que necesita una sonrisa, amor y paz ante tanto dolor y abandono.