El Ministerio del Diácono

En el tercer grado de la jerarquía (obispos, presbíteros y diáconos) están los diáconos, que reciben la imposición de las manos ‘no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio’. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la Liturgia, de la Palabra y de la Caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer y proclamar la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de Exequias. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, los diáconos hacen vida las palabras del Bienaventurado Policarpo: ‘misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos’. [LG 29]

San Juan Pablo II ha dicho que el ministerio del diácono es “el servicio de la Iglesia sacramentalizado”. Es un ministro ordenado de la Iglesia Católica llamado a ser en el mundo “signo sacramental” de Jesús Servidor. El diácono permanente es un recordatorio para todos los bautizados de su llamado a ser servidores y ministros de justicia en el mundo.