El domingo posterior a la Pascua, en los campos de Mallarauco, la fe se vivió al galope.Entre cantos, pañuelos al viento y corazones encendidos, se celebró una nueva edición de la Fiesta de Cuasimodo, una tradición profundamente arraigada en esta comunidad rural que, lejos de debilitarse, sigue creciendo gracias al testimonio vivo de familias como la de Carlos Guajardo Donoso.
Carlos, de 36 años, corre Cuasimodo desde que tiene uso de razón. “Empecé muy chiquito, con una manta, un pañuelo y una campanilla”, recuerda con emoción. Hoy, él representa la tercera generación de cuasimodistas en su familia. Su abuelo, su padre y ahora su propio hijo —que a los 10 años ya comenzó a cabalgar junto a él— han hecho de esta fiesta no solo una tradición, sino una herencia de fe que atraviesa el tiempo y se proyecta hacia el futuro.
“Para mí, Cuasimodo no es un desfile, no es solo montar a caballo. Es una fiesta religiosa, algo que se vive con el alma”, dice con convicción. Y se nota. Carlos no ha faltado a ningún Cuasimodo desde niño, y ha colaborado incluso con comunidades vecinas para que no se pierda esta expresión de piedad popular, organizando grupos, animando celebraciones y contagiando entusiasmo.
Este año, la fiesta comenzó con una Eucaristía comunitaria en la medialuna, retomando una antigua costumbre que permite reunir a jinetes y fieles en un anfiteatro natural que multiplica la solemnidad del encuentro. Luego, los dos grupos de cuasimodistas que componen la comunidad de Mallarauco se dividieron para recorrer los distintos sectores del territorio, llevando la comunión a los enfermos y proclamando con fuerza el grito que ha cruzado generaciones: “¡Viva Cristo Rey!”
Una de las particularidades del Cuasimodo en Mallarauco es que el Santísimo es acompañado por un carro agrícola tirado por tractor, en lugar del tradicional coche de caballos. “Fue una decisión que se tomó hace muchos años, luego de un accidente.
Y hoy es parte de nuestra identidad. El tractor va decorado, con flores y banderas, y el respeto por el Santísimo es el mismo, incluso más profundo, porque va rodeado de personas cantando, rezando, acompañando”, explica Carlos.
Y es que el Cuasimodo aquí no se reduce a un solo día. Es un compromiso de todo el año. “Visitamos enfermos, ayudamos a quienes lo necesitan. La agrupación está viva siempre”, afirma. En su casa, la fiesta se respira. Su hija menor, de cinco años, ya sueña con cabalgar junto a él. “Para nosotros, Cuasimodo es una forma de vivir la fe en familia. Es una fiesta que marca nuestras vidas desde siempre.”