Como es tradición, el último domingo de septiembre, se celebró la Fiesta en honor a la Virgen de la Merced en Isla de Maipo.
La fiesta fue precedida y animada por el párroco y rector del Santuario, Padre César Campos Ibáñez, por una “novena” iniciada el domingo 13 de agosto y que culmina el martes 26 de septiembre en el Cementerio. El domingo participaron autoridades civiles, organizaciones del voluntariado, instituciones civiles, comunidad eclesial y miles de peregrinos.
A la celebración eucarística, presidida por nuestro obispo, don Cristián Contreras Villarroel, siguió la bendición del anda de cerca de 1.500 kilos y a los cargadores que alzan sobre sus hombros la hermosa sede de la imagen de la Virgen de la Merced. Siguieron los bailes religiosos y desde las 14 horas el saludo de más de 1.200 huasos y más de 20 mil personas, según cálculos de Carabineros de Chile.
En la homilía agradeció a la multitud de creyentes que año a año se dan cita en esta procesión para orar por Chile y para honrar la promesa de los campesinos realizada en 1899 por el milagro de la Virgen que detuvo la inundación del Río Maipo: “Veo la fe de nuestros abuelos y de nuestros padres y les rindo homenaje por habernos legado esta fe que no decae, ni siquiera a la hora de la Cruz: “mujer, ahí tienes a tu hijo”, señaló Monseñor Cristián.
Acerca de la relevancia de la Virgen, en la situación de Chile, el obispo dijo: “Los chilenos, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, saben que la Virgen nos ha asistido en momentos difíciles de nuestra Patria. Hoy nos encontramos en momentos complejos. Es un momento de cruz. Y junto a la Cruz del Señor está María, la Madre del Señor, la Virgen del Monte Sinaí, la Virgen del Monte Carmelo y del Santuario Votivo de Maipú, la Virgen de la Merced, la Virgen de Fátima, la Virgen de Lourdes, la Virgen del San Cristóbal, de Lo Vásquez, de la Candelaria. Razón de sobra para ofrecer la Eucaristía por la paz, el entendimiento, el reencuentro y la reconciliación de los chilenos. Eso también se lo debemos a la generación siguiente que recibirá de nuestras manos el amor o el odio que hayamos sido capaces de sembrar. Es un deber trabajar por la reconciliación”.