En un mundo cada día más secular y alejado de la fe, y en el contexto del Domingo Universal de las Vocaciones que celebramos recientemente, quisimos conversar esta vez sobre la vocación al sacerdocio.
Miguel Angel Aguilera Bello, de 30 años, es seminarista de nuestra diócesis. Según explica, el llamado que Dios hace a los hombres es de manera particular. Especialmente cuando hablamos de la búsqueda vocacional. “Por eso, para hablar de mi propio llamado, lo hago desde los hechos y experiencias que desde mi infancia fui viviendo”.
“Un hecho importante, que nace de la ternura de Dios conmigo, es que cuando me estaba preparando para mi primera comunión empecé a tener un contacto más frecuente con la Santa Misa. No es menor el lazo o el vínculo que se establece en esta intimidad de la comunión Eucarística. De ahí que a medida que fui creciendo, me di cuenta que Jesús iba llenando mi corazón. Sin duda que el testimonio de otros sacerdotes muy cercanos me fue orientando”, agregó.
“Al comienzo, no se entiende mucho, pero con el tiempo uno ya va poniendo por palabras todo aquello que va sucediendo en el corazón. El llamado se va descubriendo, es sentir y creer que todo aquello que el Señor ha hecho conmigo se puede compartir con otros. Esto llena el corazón”, destacó.
Por otro lado, el Padre Alejandro Salazar inició su itinerario en la parroquia Cristo Rey de Llolleo, cuando era párroco el Padre Patricio Infante, que luego fue ordenado obispo. Fueron años hermosos al servicio del altar”.
Actualmente se encuentra en la etapa de síntesis, es decir, el noveno año de seminario. “He sido destinado a la parroquia Santa Rosa de Lima en Chocalán. Ha sido un tiempo muy intenso, primero de poder amar a Jesús en libertad y crecer también en esa relación con él. El seminario es para estar con Jesús, es aprender a establecer relaciones profundas. Es otra forma de vida. Aprender a seguir a Jesús y latir con él. Debemos aprender a que en la etapa formativa aprendemos a redirigir el corazón a Jesús. Enfrentar la propia vida, crecer de manera integral. No es solo aplicar y aprender en el estudio. Es también crecer en la integración de los afectos, de las propias debilidades y ponerlas frente al Señor”, finalizó.
Por otro lado, el Padre Alejandro Salazar inició su proceso en la parroquia Cristo Rey de Llolleo, cuando era párroco el Padre Patricio Infante, que luego fue ordenado obispo. “Comencé de niño a participar en la parroquia en el grupo de los acólitos. Fueron años hermosos al servicio del altar”.
Agregó que luego vino su época de adolescente y participó activamente en varios grupos pastorales, como la confirmación, el coro de la parroquia, un grupo de oración. “Eso fue alimentando mi fe. Más adelante vino mi época de estudios en la Universidad, donde participé en la Pastoral Universitaria con el movimiento ADSIS, que acompañaba a los universitarios. En el tercer año de universidad me vino fuerte el llamado vocacional. Y conversando con mi papá, me dijo que terminara mi carrera y que, si esa llamada era de Dios, seguiría. Así lo hice, terminé mi carrera y me puse a trabajar como coordinador del Programa Prodesal en el Municipio de San Antonio, y fue durante ese tiempo, en que también colaboraba en la Pastoral Juvenil de mi parroquia de LLolleo, con el Padre José Antonio Atucha, cuando me vino nuevamente la llamada a través de la visita nocturna a las personas en situación de calle, en el Programa de la Calle del Hogar de Cristo. Fue a través de esas visitas que Dios vino a revivir en mí el llamado vocacional, hasta que al final me rendí y le dije al Señor que estaba disponible para lo que él quisiera hacer conmigo”.
“Durante ese tiempo mi papá partió a la presencia del Señor, no me pudo ver entrando en el Seminario de Santiago, pero estoy seguro, y así siempre lo sentí, que estaba cuidándome y acompañándome desde el cielo. Entré en el Seminario con mucha ilusión y deseo de entrega total al Señor, por tanto, esos años de formación, fueron un tiempo muy hermoso, muy lleno de Dios, de mucho crecimiento humano y espiritual”, relató.
Posteriormente, después de ocho años de formación, vino el tiempo de su ordenación como sacerdote. “Mirando hacia atrás descubro cómo Dios fue guiando mi camino desde niño, pasando por mi adolescencia y juventud, hacia el sacerdocio a través de pequeños detalles y muestras de amor, a través de mi familia, amigos, sacerdotes que me acompañaron y comunidades de cristianos que con su fe viva animaron mi propio camino de fe. Doy gracias a Dios por todo lo recibido inmerecidamente”, destacó.
“La vocación la he vivido siempre como un llamado de Dios a estar junto a él en íntima amistad, y luego, como un apasionante envío a evangelizar a todas las naciones y culturas hasta el fin del mundo. La vocación para mí es algo distinto de la profesión, que es más bien una herramienta práctica para desplegar los talentos que Dios ha puesto en nosotros. La profesión siempre la he entendido, y esto lo viví por experiencia personal, como algo supeditado a la vocación. Por lo tanto, la pregunta más esencial en la vida no es por la profesión sino por la vocación. Porque la vocación es algo más profundo porque sintoniza con nuestros anhelos más recónditos, de plenitud y de amor. En consecuencia, la tarea más importante de la vida no es descubrir cual sería mi profesión sino mucho mejor descubrir cuál es la vocación a la que Dios me llama, porque solo la vocación es sinónimo de plenitud y amor. Y una vez descubierta la vocación, se debe pedir a Dios la voluntad y la fuerza para responder con generosidad, y Dios que ha comenzado en nosotros la obra buena la llevará a feliz término”, finalizó el padre Alejandro.