EL TRABAJO A LA LUZ DE LA FE

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Al modo de Dios estamos llamados a vivir nuestro trabajo desde su ejemplo. Dándole la importancia que tiene para proporcionar lo necesario a la familia, aportar al desarrollo personal desde los dones recibidos y al bien de la sociedad. En el contexto de la celebración del 1 de mayo, Día del Trabajador, conversamos con tres personas de nuestra diócesis que nos contaron qué sentido de trascendencia tiene para cada uno de ellos su trabajo a la luz de la fe.

 

Belén Contreras Fuenzalida tiene 34 años, vive en Isla de Maipo, casada hace un año y enfermera de profesión. Actualmente desempeña funciones como encargada de la unidad de prevención de infecciones asociadas a la atención de salud. “Amo la enfermería, el cuidar al otro, apoyar supliendo las necesidades que presentan los pacientes es realmente gratificante. Hoy entiendo que entregar cuidados no es solo ejecutar la acción, sino que también es preparar a los otros para que cuiden de la mejor manera, es a esto a lo que hoy me dedico, lo que agradezco porque me hace feliz”, afirmó.

 

“El trabajo adquiere una dimensión más profunda ya que lo considero una colaboración con Dios en la construcción de su reino en la tierra. Por tanto para mí el trabajo se convierte en un medio para glorificar a Dios y así ofrecerle nuestro servicio y talento. De esta manera contribuyo al bienestar de los hermanos y de la sociedad. En definitiva, para quienes creemos en Dios el trabajo se convierte en un medio para cumplir con nuestra vocación como hijos suyos”, destacó Belén.

 

Si bien hoy en día no desarrolla su profesión realizando cuidado directo a los pacientes, sino que colabora con actividades que se vinculan estrechamente con la prevención de eventos asociados a procesos infecciosos, “siempre intento entregar lo mejor de mí. A través del desempeño laboral, el trabajo realizado con dedicación, eficiente y de calidad, es una forma de glorificar a Dios y de poner los talentos al servicio de los demás. Por más sencilla que sea una acción puede ser una oportunidad de hacer una diferencia positiva en el mundo” enfatizó la enfermera.

 

Roberto Sepúlveda Soto tiene 74 años, vive en Pomaire y es alfarero y constructor, trabajo que realiza hace 52 años. “La alfarería la he realizado junto a mi esposa con 54 años de matrimonio” relató.

 

“El sentido de trascendencia que le doy es para mí muy grande por ser alfarero y constructor. Como alfarero construyo objetos que irán a embellecer algún rincón de un hogar y como constructor de casas aporto con un lugar de abrigo y protección de una familia”, explicó Roberto.

 

“Como cristiano y católico siempre está presente en mi trabajo, pues me siento cocreador y agradecido que el Señor me de salud e inteligencia para cumplir y crear. Lo considero un servicio y medio de santificación porque como alfarero me ha tocado hacer muchas imágenes religiosas y he visto cómo las personas que las poseen las veneran y las cuidan con mucho respeto”, afirmó.

 

Marcela Gallardo Adasme tiene 57 años y vive en Melipilla. Ella es profesora de religión y trabaja en la Escuela República de Brasil de Melipilla desde el año 1999. “Me gusta ser profesora, y de manera especial de religión, porque es una oportunidad para formar personas. Cuando recibo un niño de 1° a 8° básico, cada nuevo año lectivo, sé que puedo marcar su alma y hacerlo sentirse y saberse amado por Dios, que es capaz de lograr grandes cosas, de llegar lejos si se lo propone”, destacó.

 

“Por el hecho de haber sido enviada por la Iglesia a evangelizar en el mundo de la educación, mi trabajo me permite día a día dejar huella en la vida de cada uno de mis estudiantes. Marcar sus vidas en un antes y un después, sobre todo en esta sociedad tan falta de Dios, donde los valores esenciales se han ido perdiendo, donde la familia ha dejado de formar a sus hijos. Me siento llamada a anunciar el mensaje del Señor, dando una luz de esperanza a cada uno de los niños y niñas confiados a mi cuidado”, recalcó Marcela.

 

En su día a día ella hace presente a Dios en cada clase, en cada curso y estudiante. “Dios está presente en cada uno de mis colegas, en sus conversaciones, a veces llenas de alegría y otras inundadas de dolor por las distintas situaciones que están viviendo en su vida personal, laboral y profesional. Dios jamás deja de estar presente en mí. Está las 24 horas del día”, explicó la profesora.

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