El 1 y 2 de noviembre, la Iglesia celebra dos fiestas que nos invitan a reflexionar sobre el destino último de los hijos de Dios: la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. Estas fechas nos unen en un profundo sentido de comunidad, recordando a quienes nos precedieron en el camino de la fe y a quienes ya disfrutan de la plenitud del amor de Dios.
Durante la homilía de la misa de esta fiesta, Monseñor Cristián Contreras Villarroel, obispo de San José de Melipilla, compartió un mensaje lleno de afecto y esperanza:
«Un saludo con mucho cariño a todos ustedes que participan de esta santa misa en honor de todos los santos, conocidos y desconocidos, en honor de todos los bautizados y también para recordar a nuestros difuntos, a todos los fieles. Por eso, entremos en este misterio del amor de Dios con nosotros, que es la Eucaristía, reconociendo que somos pecadores en esta cita del de la misericordia de nuestro Dios”.
Monseñor recordó que esta celebración abarca tanto a los grandes santos venerados en altares como a una multitud innumerable de hombres y mujeres que han vivido su bautismo con fidelidad. Explicó:
«Jesucristo es el único santo, y, en el lenguaje de los santos, son todos aquellos que, en la fe, han recibido el bautismo. Es decir, todos los que han sido escogidos por Dios para ser jurados con Cristo, el santo por excelencia”.
La conmemoración de Todos los Santos, señaló Monseñor, nos llama a imitar a Cristo en nuestras vidas, asumiendo los desafíos y sufrimientos con esperanza. En palabras suyas: «Para entrar en esa liturgia celestial portando la vestidura blanca, es necesario asumir el sufrimiento, asumir el dolor. Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han blanqueado su túnica en la sangre del Cordero”.
El Día de los Fieles Difuntos, por su parte, nos impulsa a rezar por aquellos que han partido, pidiendo que sean purificados y puedan contemplar el rostro de Dios. Monseñor destacó: «Qué bueno, entonces, hacer hoy memoria de nuestros difuntos, rezar por ellos y pedir que, purificados, puedan contemplar eternamente el rostro de Dios”.
Esta conmemoración nos llena de esperanza porque Cristo ha resucitado, y esa resurrección es la piedra angular de nuestra fe. Como dijo Monseñor: «El momento de la muerte es para reflexionar, para acrecentar nuestra fe, para decirle al Señor: ‘Creo, pero aumenta mi fe’. Al morir, no nos vamos al cielo a estar en reposo, sino que entramos en la vida en el corazón del Padre, quien no deja de trabajar a favor de sus criaturas”.
En estos días santos, recordamos que la santidad no es perfección, sino un caminar constante hacia Dios. Los santos, como subrayó Monseñor, «no son personas impecables; por el contrario, ellos han sido los que mayor conciencia han tenido de la necesidad del perdón de Cristo crucificado y resucitado”.
La Fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos nos animan a vivir nuestra fe con autenticidad y esperanza, confiando en la promesa de Dios: «En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; yo voy a prepararles un lugar”.
Que esta celebración nos inspire a reflexionar sobre nuestra vocación bautismal, a rezar por nuestros seres queridos y a caminar con confianza hacia la vida eterna, bajo el amparo de la Virgen María y de todos los santos.