FRANCISCO: PASTOR DE LA MISERICORDIA, TESTIGO DEL EVANGELIO

Comparte esta publicación

El 21 de abril de 2025, el mundo despidió con emoción al Papa Francisco, un pastor que supo tocar los corazones con palabras sencillas y gestos profundos. Su pontificado, que comenzó en 2013, se transformó en un verdadero signo de los tiempos: humilde, esperanzador y profundamente evangélico.

 

Fue el primer Papa jesuita, el primero proveniente de América Latina y el primero en elegir el nombre de Francisco. Y ese nombre no fue casual: en cada gesto suyo, en cada homilía, se notó el eco de San Francisco de Asís, aquel que abrazó la pobreza, la paz y la creación como camino de santidad.

 

 

Una vida de entrega
Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires, Argentina, en 1936, en el seno de una familia sencilla de inmigrantes italianos. Su vida como sacerdote y luego como arzobispo de Buenos Aires se caracterizó por su cercanía con los más pobres, viajando en transporte público, visitando villas de emergencia, escuchando y acompañando en silencio las heridas de su pueblo.

 

Esa opción pastoral la mantuvo al llegar al trono de Pedro. Desde el inicio de su pontificado, Francisco nos habló de una Iglesia “que sale de sí misma”, que no se encierra, que “no es una aduana sino una casa paterna donde hay lugar para todos con su vida a cuestas” (Evangelii Gaudium, 47).

 

Sus viajes apostólicos, sus encíclicas, sus gestos silenciosos y sus palabras espontáneas fueron todos parte de una misma melodía: anunciar a Cristo con alegría, humildad y compasión.

 

El Jubileo de la Misericordia
Uno de los momentos más recordados de su pontificado fue el Año Santo Extraordinario de la Misericordia, celebrado entre 2015 y 2016. Con ese jubileo, el Papa nos invitó a redescubrir el rostro de Dios que no se cansa de perdonar, que abraza nuestras miserias y nos levanta con ternura.

 

En la bula de convocatoria Misericordiae Vultus, nos dijo con fuerza: “La Iglesia está llamada a anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio”. Durante ese año, se designaron templos jubilares en las diócesis, incluyendo Melipilla, donde tantas personas vivieron la gracia del perdón, la sanación interior y la reconciliación. Fue un tiempo fecundo de misión, de acompañamiento y de comunidad. Francisco nos recordó que la misericordia no es solo un concepto teológico, sino una experiencia concreta de vida.

 

Chile en su corazón
En enero de 2018, el Papa Francisco visitó nuestro país en un viaje que conmovió a millones. Estuvo en Santiago, Temuco e Iquique, donde celebró Eucaristías masivas, sostuvo encuentros con jóvenes, con comunidades indígenas, con personas privadas de libertad, y con consagrados y consagradas.

 

En su misa en el Parque O’Higgins, frente a más de 400.000 personas, nos dijo: “El alma de un pueblo se mide por su capacidad de amar. No dejemos que nos roben la esperanza.” Su mensaje fue claro: necesitamos volver a mirarnos con los ojos de Cristo, aprender a escucharnos como hermanos y reconstruir desde el amor.

 

En un momento de crisis de la Iglesia chilena por el tema de abusos a menores de parte de consagrados, sus acciones posteriores al viaje a nuestro país fueron un punto de inflexión de cómo afrontarlas. A través de Mons. Charles Scicluna y Mons. Jordi Bertomeu, encomendados por él, permitió la escucha, acogida y acompañamiento a quienes habían sufrido abusos y renovaron el compromiso de la Iglesia con las víctimas de abusos sexuales para avanzar en la “verdad, justicia y reparación”.

 

En Temuco, honró la riqueza y el dolor de los pueblos originarios; en Iquique, celebró la fe de un pueblo que acoge, especialmente a tantos migrantes. En cada encuentro, se mostró como un Padre cercano, que no mira desde arriba, sino que camina entre su pueblo.

 

Muchos aún recuerdan cómo bendijo a niños, cómo escuchó con atención las palabras de quienes le hablaban, cómo alzó su voz por la paz, la unidad y la justicia.

 

El pastor de la ternura
Francisco nos enseñó que evangelizar es compartir la alegría de sabernos amados por Dios. Nos habló con fuerza sobre la pobreza, el cuidado de la Casa Común (Laudato Si’), la fraternidad universal (Fratelli Tutti) y la necesidad de una Iglesia sin miedo, que abra caminos nuevos.

 

Fue firme cuando debía serlo, especialmente para defender a los más vulnerables. Pero su mayor fortaleza fue la ternura: mirar al otro sin juicio, acoger, acompañar, sanar. Desde la Plaza de San Pedro vacía en plena pandemia hasta los rincones más olvidados del mundo, su presencia fue signo de consuelo. Recordamos especialmente ese 27 de marzo de 2020, cuando bajo la lluvia, elevó una oración por el mundo entero, diciendo: “No nos dejes en la tormenta, Señor”. Ese gesto se convirtió en símbolo de esperanza en medio del dolor.

 

Un legado que permanece
Hoy, tras su partida, Francisco nos deja una herencia luminosa. No solo documentos y discursos, sino un estilo, una manera de ser Iglesia: sencilla, profética, misionera, misericordiosa. Nos enseñó que ser cristiano no es una etiqueta, sino un camino de servicio. Que la santidad es posible en lo cotidiano. Que la fe se celebra, se vive y se comparte. Como comunidad diocesana, damos gracias a Dios por este pastor que supo guiarnos con sabiduría y ternura. Y renovamos nuestro compromiso de continuar su llamado a “salir al encuentro”, especialmente de los que están en las periferias del corazón humano.

 

Hoy rezamos por su alma, pero también celebramos su vida. Porque un verdadero testigo del Evangelio no muere nunca del todo: su palabra, su ejemplo y su amor siguen tocando corazones. Que el Espíritu Santo, que lo guió en su camino, nos anime ahora a nosotros a continuar esta hermosa misión de ser luz, sal y levadura en medio del mundo.

Suscríbete a nuestra revista Mensual

"Revista Iglesia en Salida"

Publicaciones similares

Aporta a nuestro obispado

Seguimos sirviendo, seguimos contando con tu aporte