Por monseñor Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla
- Acerca del documento de trabajo para la etapa continental (DEC)
El documento recoge frutos significativos del itinerario sinodal animado por las Conferencias Episcopales, “identificando las piedras angulares de lo que constituye una auténtica experiencia colectiva de la fe cristiana”.
La naturaleza del mismo queda establecida al decir que “incluye el precioso tesoro teológico contenido en el relato de una experiencia: la de haber escuchado la voz del Espíritu por parte del Pueblo de Dios, permitiendo que surja su sensus fidei”.
Un aspecto relevante de su contenido teológico, inspirado en la Palabra de Dios, es estar “orientado al servicio de la misión de la Iglesia”.
Otro aspecto importante son los cinco ejes de “tensiones creativas”#, en torno a los cuales se estructuran los frutos de la escucha del Pueblo de Dios. Estos ejes se desprenden de la lectura del texto bíblico (Isaías 54, 2), que ofrece una clave de interpretación de los contenidos del documento. Los cinco ejes son: (i) la escucha, (ii) el impulso hacia la misión, (iii) el estilo basado en la participación como compromiso para llevar cabo la misión, (iv) la construcción de posibilidades concretas para vivir la comunión y (v) la Liturgia.
Recogiendo las síntesis enviadas por las diócesis del mundo -que dan voz a las alegrías, esperanzas, sufrimientos y heridas del Pueblo de Dios- se percibe un sincero esfuerzo por recoger los abundantes frutos, las semillas y las “malas hierbas de la sinodalidad”.
En la lectura atenta del documento se constata que las diócesis del mundo, siendo de realidades múltiples, experimentan situaciones similares comprendidas como “voces de gran amor por la Iglesia”#. No se evita afrontar lo que se denomina “malas hierbas”. Estas “malas hierbas” son las situaciones internas y externas que dificultan el compromiso misionero de las diócesis.
- Intuiciones
Muchos de los frutos que se identifican en el DEC están presentes en nuestra diócesis de Melipilla. Creemos que el más notorio es el fortalecimiento del sentimiento de pertenencia a la Iglesia y la toma de conciencia de que la Iglesia la conformamos todos los bautizados y no sólo los sacerdotes y obispos. La experiencia sinodal ha contribuido significativamente a una creciente toma de conciencia de la dignidad bautismal y la corresponsabilidad en la misión.
El itinerario sinodal en nuestra diócesis de Melipilla ha contribuido a mirar los conflictos y hacer un esfuerzo por no quedar atrapados en ellos y, por otra parte, a implicarnos en la misión de nuestra Iglesia que siempre es mayor que los conflictos que se generan en ella. Crece la conciencia de estar llamados a ir a todas partes con el anuncio de Jesucristo resucitado que da vida en abundancia a quien se encuentra con Él.
Constatamos que muchas de las inquietudes recogidas de las síntesis de las diócesis son también nuestras, y el esfuerzo por identificarlas y buscar respuestas, nos mueve a un mayor compromiso como discípulos misioneros. El itinerario sinodal ha sido una llamada a experimentar una auténtica conversión personal y comunitaria que nos revitaliza en el seguimiento de Jesús, con sus mismos sentimientos y compromiso con el anuncio del Reino de Dios (cfr. Filipenses 2, 6-11).
También constatamos la necesidad de profundizar en el significado de la sinodalidad. La formación del Pueblo de Dios va más allá de la utilización del vocablo para profundizar en un modo de ser y vivir como Iglesia. El proceso sinodal nos ha abierto a la experiencia del discernimiento comunitario para buscar el querer de Dios en medio de lo que como diócesis estamos viviendo. Esta experiencia es, al mismo tiempo, un aspecto en el que todo el Pueblo de Dios requiere de procesos formativos que nos ayuden a ponernos permanentemente a la escucha del Espíritu Santo.
A medida que se desarrolla el proceso sinodal, han ido emergiendo nuevos desafíos que deben ser vistos con atención y que son mencionados en el DEC 38-40. No obstante, las situaciones que allí se señalan nos resuena con mucha fuerza a realizar una auténtica opción por los jóvenes, las personas con diversas formas de discapacidad y, por ello excluidas de la sociedad, y una decidida opción por la vida desde su concepción hasta la muerte natural. De hecho, estas opciones son consideradas en los capítulos V y VI de nuestras Orientaciones Pastorales diocesanas 2023-2026: “Impulsados por el Espíritu Santo, somos signos de Esperanza”. Texto que fue compartido a los obispos en la Asamblea Plenaria de noviembre de 2022.
- Experiencias nuevas e iluminadoras
Lo primero que debemos destacar es la experiencia de la consulta realizada al Pueblo de Dios que peregrina en nuestra diócesis. Las personas que han participado señalan que la experiencia de escuchar y expresar sus desacuerdos con respeto, ha sido importante para crear espacios de auténtico encuentro personal y comunitario. En este espacio ha sido posible reconocer con serenidad las luces y sombras de nuestro caminar, y un fortalecimiento de la fe y el compromiso con la misión.
Un segundo aspecto a destacar es la centralidad de la Palabra de Dios que, como lámpara que ilumina nuestros pasos, ha ido inspirando el camino para avanzar en la realidad de una Iglesia sinodal, tal como lo muestra el DEC. Como diócesis constatamos que como creciente toma de conciencia de la dignidad de los bautizados deja a la luz algunas situaciones que deben ser abordadas con lucidez, para que en el conjunto de la comunidad eclesial se fortalezca el camino sinodal.
- Tensiones o divergencias
En Melipilla las tensiones que se observan tienen relación con el contexto cultural en el que vivimos, marcado por la caída en la credibilidad y confianza debido a la crisis de los abusos de toda índole de algunos sacerdotes. El contexto socio cultural de nuestra diócesis es rural, de la costa y grandes ciudades. Con todo, percibimos muchas problemáticas comunes a Chile, por ejemplo, el individualismo y el consumismo. Estas realidades dificultan el anuncio y la acogida del Evangelio. El relativismo imperante ha generado un cuestionamiento de las enseñanzas de la Iglesia sobre temas como la dramática situación del aborto, la anticoncepción, la eutanasia, ideología de género, que también afectan el diálogo al interior de la comunidad eclesial, con personas que no tienen la suficiente formación doctrinal y más bien se dejan llevar por sentimentalismos. Una Iglesia abierta y acogedora de personas en diversas situaciones no significa la justificación de situaciones contrarias a la enseñanza de nuestra Iglesia.
Un tema altamente complejo y que nos afecta como diócesis, es la migración y la consecuente multiculturalidad. Esta realidad que afecta a todo el continente, y es de orden mundial, genera nuevos desafíos que apelan a la audacia misionera de todo el Pueblo de Dios. Como Iglesia diocesana hemos generado canales de servicio a través de Caritas Melipilla y la Fundación “Fe y Solidaridad” (FESOL). Pero sería muy bueno que el CELAM haga una seria denuncia de los regímenes dictatoriales como Cuba, Nicaragua y Venezuela, por citar sólo algunos.
Un tema recurrente es el clericalismo, que no se reduce al ejercicio de la autoridad por parte de algunos sacerdotes, sino que se observa también como realidad presente en el mundo laical. Los aportes de los participantes en el transcurso sinodal no se expresan contra el clero, por el contrario, se comparte un gran afecto y valoración por los sacerdotes. Esta apreciación positiva no excluye ver algunos nudos críticos que se señalan como el deseo de sacerdotes mejor formados y mejor acompañados en el ejercicio ministerial y en su vida personal.
El llamado del papa Francisco es un hito eclesial en el que nos hemos dado el tiempo para escuchar a todos: el caminar del Pueblo de Dios que genera un estilo de ser Iglesia. Lo vivido ha sido un camino de conversión pastoral que ha renovado la fe y la esperanza de primera, segunda o tercera categoría. Su participación activa no es cuestión de concesiones de buena voluntad, sino que es constitutiva de la naturaleza eclesial”. Papa Francisco, Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, 31 de mayo de 2018.
Se señala que el clericalismo se torna una dificultad para cumplir la misión común del Pueblo de Dios, puesto que genera una cultura que separa y aísla al clero y daña a los laicos produciendo rigidez, apego al poder y perder de vista que la autoridad en la Iglesia es para el servicio. En este sentido, se constata el deseo de un ejercicio del liderazgo a todo nivel, más relacional, fundado en relaciones más horizontales y colaborativo, que genere mayor solidaridad y corresponsabilidad en todo el Pueblo de Dios. Todos desean poner sus talentos al servicio de la misión y encontrar canales para vivir como auténticos discípulos misioneros.
Otro tema recurrente es la participación de la mujer en la vida de la Iglesia. Este es un tema que requiere un análisis sereno que ayude a valorar adecuadamente el rol femenino. Es innegable la presencia activa de muchas mujeres en la vida comunitaria. Es posible que muchas comunidades cristianas se mantienen vivas gracias al testimonio y el compromiso desinteresado de muchas mujeres. Sin embargo, muchas expresan tristeza porque sus participación y aportes no siempre son comprendidos y valorados. Por otra parte, nuestra diócesis considera que es importante contar con el aporte de la visión femenina en espacios de toma de decisiones. Sería muy importante tener presente la Carta Apostólica del papa Juan Pablo II: Mulieris Dignitatem (15 de agosto de 1988).
Una tensión que podemos constatar es la que se produce a raíz de la “ministerialidad” de la Iglesia. Una adecuada comprensión de la Iglesia implica superar la visión de una comunidad construida en torno al ministerio ordenado para caminar hacia una Iglesia “toda ministerial”, que se construye sobre la comunión de los carismas y ministerios cuya única finalidad es la misión. Se entiende que tanto los ministerios como los diferentes carismas no son un premio o un privilegio, sino dones del Espíritu Santo y, por tanto, una forma de estar al servicio del anuncio del evangelio, de modo que la Iglesia sea un signo real del Reino.
Las tensiones que quedan a la luz gracias al itinerario sinodal, deben ser miradas sin miedo y aprovecharlas como fuente de renovación. Para ello es necesario formar y cultivar una espiritualidad sinodal. Ella nos ofrece herramientas para afrontar los retos de la sinodalidad y fortalecer el caminar juntos al servicio de la misión como experiencia de encuentro y escucha de las voces del Espíritu Santo. La espiritualidad sinodal es un estilo de ser Iglesia y de vivir la riqueza de la misión compartida.
- Algunas prioridades
La formación del Pueblo de Dios y la experiencia de la sinodalidad debe ser una opción permanente que fomente la cultura sinodal. Entre los instrumentos que contribuyen a la creación de la cultura sinodal podemos contar las Orientaciones Pastorales diocesanas y el ISE.
Otra prioridad es la opción por los jóvenes. Según algunos entendidos, por cada joven que adhiere a la Iglesia, seis la abandonan. Es evidente la falta de jóvenes en las parroquias, sin embargo, existen organizaciones sociales católicas que funcionan sobre la base del compromiso de jóvenes. Por otra parte, cabe preguntarse si los jóvenes son formados para el compromiso público o para estar visibles en la Iglesia. Es necesario considerar que la escuela católica tiene como finalidad la formación de ciudadanos que colaboren en la construcción de una sociedad animada por el bien común y el servicio a todos, en especial a los más necesitados.
Finalmente, cabe mirar el itinerario sinodal en el largo plazo. Es un camino permanente de la Iglesia que se renueva y está en constante escucha de las llamadas del Señor a vivir fielmente la misión de hacerlo presente en el mundo. El sínodo es la concreción del llamado a ser “Iglesia en salida”, nombre de nuestra revista diocesana. La experiencia sinodal está dominada por la esperanza y la alegría de caminar juntos, escuchándose recíprocamente, discerniendo juntos y aprendiendo a leer los signos de los tiempos para proceder conforme a lo que el Espíritu Santo va señalando.
Post Scriptum:
Agradezco el trabajo realizado por los concurrentes a la III Asamblea Eclesial Nacional, así como a las comunidades que hicieron sus aportes. No todos tuvieron actuación. Es importante recordar lo que dijo el teólogo, obispo y cardenal Joseph Ratzinger. Comparto parte de lo que dije en la homilía por el papa Benedicto XVI. ¿Cuáles son las raíces de la obra magna de Ratzinger y del papa Benedicto? Es la fe y el amor a Jesucristo, el conocimiento-amor de la Sagrada Escritura, de la tradición de la Iglesia, el conocimiento de los Padres y doctores de la Iglesia, varones y mujeres. Su secretario, el arzobispo Georg Gänswein, confidenció que las últimas palabras de Benedicto XVI fueron: “Señor, yo te amo”. Su obra Jesús de Nazaret nos da una clave. Hace bien recordar lo dicho por el papa Benedicto XVI en su Encíclica Deus caritas est, Dios es amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Esa persona divina es Jesucristo. No podemos sucumbir ante la adversidad. Antes bien, debemos entrar en la dinámica redentora del asumir y ofrecer. Asumir y ofrecer, una y otra vez, como Cristo que asumió nuestra condición y se ofreció sin medida por nosotros. Él lo hizo de modo perfecto; nosotros hemos de hacerlo desde lo que somos, es decir, pecadores justificados por la gracia que nos alcanzó Cristo.
Otras de las raíces de la obra de Benedicto XVI, es el amor a la Iglesia. El 1 de septiembre de 1990, el cardenal Ratzinger pronunció un discurso muy profético acerca de la Iglesia. Lo hizo en el “Mitin para la Amistad de los Pueblos”, en la ciudad italiana de Rímini. Dijo algo que nos debe hacer reflexionar, quizás intuyendo lo que se vive hoy en su natal Alemania: “La liberación fundamental que la Iglesia puede darnos es estar en el horizonte de lo Eterno, en el salir de los límites de nuestro saber y de nuestro poder. La fe misma, en toda su grandeza y amplitud, es por esta razón la reforma siempre nueva y esencial de que tenemos necesidad; a partir de ella debemos poner a prueba las instituciones que en la Iglesia nosotros mismo hemos construido”.
Se trata de un agudo análisis, sin anestesia, de qué significa una necesaria reforma, pero a partir de la fe: “Esto significa que la Iglesia debe ser el puente de la fe, y que ella -especialmente en su vida asociativa intramundana- no puede llegar a ser un fin en sí misma”. Y agregó una diagnosis que debe estremecernos: “Está muy difundida hoy día, incluso en ambientes religiosos, la idea de que una persona es más cristiana cuanto más está comprometida en la actividad eclesial. Se impulsa hacia una especie de terapia eclesiástica de la actividad, del hacer: se trata de asignar a cada uno un comité, o, por lo menos un compromiso en el interior de la Iglesia. Así se piensa, en cierto modo, que debe existir una actividad eclesial; se debe hablar de la Iglesia o se debe hacer algo por ella y en ella. (…) Puede suceder que alguien se dedique ininterrumpidamente a actividades asociativas eclesiales y ni siquiera es cristiano”.
Y luego va una palabra a la gran asamblea eclesial, la de los pobres de Dios: la que se nutre en la única mesa de la palabra y de la Eucaristía dominical y desde allí surge la caridad fraterna: “Puede suceder que alguno viva sólo de la Palabra y del Sacramento y ponga en práctica el amor que proviene de la fe, sin haber integrado jamás un comité eclesiástico, sin haber formado parte de sínodos y sin haber votado en ellos, y a pesar de todo sea un cristiano auténtico. No tenemos necesidad de una Iglesia más humana, sino de una Iglesia más divina; sólo entonces ella será verdaderamente humana”.
A este propósito es bueno tener presente la carta del santo padre Francisco, el 29 de junio de 2019, a la Iglesia en Alemania. Va en la misma línea de lo señalado por el entonces cardenal Ratzinger.
+ Cristián Contreras Villarroel