A las queridas familias, comunidades parroquiales, educacionales y de todas las instancias de servicio al prójimo
- De distintas partes del mundo hay mensajes de paz, de bondad, de buenos deseos y de una “Feliz Navidad”. Es el nacimiento del Hijo de Dios, aunque no lo digan. Y entre nosotros, ¿qué es lo que suscita que la Navidad congregue a las familias y que muchas de ellas asistan a la Misa de Noche Buena y luego celebren en sus hogares? ¡Es el Niño Dios! Jesús con María Santísima y San José. “Jesús el eterno contemporáneo de la humanidad” que nos invita siempre a la Eucaristía durante el año.
- La ternura del pesebre tiene el día de Navidad una lectura que nos ubica en quién es ese Niño. Leemos el Prólogo del Evangelio según San Juan (1, 1-18). Culmina con esta frase elocuente: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer”. Y más adelante, San Juan evangelista nos relata lo dicho por Jesús a sus discípulos: “No se turbe su corazón. Creen en Dios, crean también en mi (…). Yo soy el camino, la verdad y la vida (…). Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo que estoy con ustedes y no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (cfr. Juan 14, 1-31).
- San Pablo lo dirá del siguiente modo, mencionando a Cristo: “Él es Imagen de Dios invisible” (1ª Colosenses 1, 15a).
- El Papa Benedicto XVI, rezó: “Señor Jesucristo, camino, verdad y vida, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, enciende en nuestros corazones el amor al Padre que está en el cielo y la alegría de ser cristianos” (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, mayo de 2007).
- Celebramos un misterio de la fe, no algo misterioso. El misterio revelado lo acogieron los marginales pastores y los magos. Ante el misterio, caben dos actitudes: inclinarnos como lo hacemos en Noche Buena ante el pesebre y lo hacemos el Viernes Santo ante la Cruz redentora del mismo Jesús que celebramos en su Natividad. Nos inclinamos, nos abajamos, como lo ha hecho el Hijo eterno de Dios al compartir nuestra humanidad en todo menos en el pecado, justamente para redimirnos de esta esclavitud.
- La otra actitud es Hagamos un gesto de veneración esta noche ante nuestros pesebres o imágenes del Niño Dios en nuestros hogares. Hace bien contemplar, empaparnos de la presencia de Dios con nosotros. Los invito a que en Navidad contemplemos a las personas que amamos, como lo hacemos cuando las despedimos de esta existencia terrenal y rendimos homenaje a sus restos mortales, encomendándolos a la misericordia de Dios.
Los invito a unirse a mi oración:
ORACIÓN
Santo Dios y Padre nuestro, te alabamos y bendecimos por el regalo del nacimiento de tu Hijo eterno en la humildad de nuestra carne. Padre, bondadoso para hacer más de lo que pedimos y pensamos, cuida con tu amor al Papa Francisco, a nuestra diócesis de Melipilla y a la Iglesia en Chile: a sus familias, niños, jóvenes, adultos; a los trabajadores y estudiantes; a los ancianos, enfermos y a quienes los asisten; a los cercanos y a los lejanos. Cuida nuestros campos y casas de la sequía y de los incendios que nos afectan. Da valor a las autoridades y comunidades para enfrentar la delincuencia y al narcotráfico.
Te damos gracias por la herencia de la fe recibida y por los dones que nos regalas día a día. Te pedimos por la paz y la justicia en la Patria y en el mundo.
Gracias por los sacerdotes, diáconos y seminaristas; por las religiosas, catequistas y educadores.
Gracias por los servidores del Altar; y por las Eucaristías que nos congregan en asamblea santa.
Gracias por nuestros hermanos migrantes que buscan otros horizontes de vida. Te pedimos por quienes no tienen trabajo, por las mamás abandonadas y maltratadas; por toda la miseria que hay en nuestro mundo y en nuestros corazones.
Como en cada Navidad, junto al pesebre que acogió a tu Hijo Jesús, te pedimos que nos regales: la disponibilidad de la Virgen María y de San José para colaborar en tu plan de salvación; la prontitud de los pastores y la sabiduría de los magos para reconocer al Salvador de la humanidad.
Dios nuestro, nadie te ha visto jamás, y desde ahora nos permites contemplarte en el Niño Jesús y en todo su Evangelio: Él pasó haciendo el bien.
Padre bondadoso, infunde en nosotros los dones del Espíritu Santo, para que podamos ser discípulos y misioneros fieles de Jesucristo, y en Él todos encuentren el camino, la verdad y la vida.
Santa María, Madre de Dios y de la Iglesia, San José custodio del Redentor, rueguen por nosotros.
Amén.