Mes de la Palabra: La Palabra en el centro de nuestras vidas

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Por María Cristina Ariztía, Licenciada en Teología y miembro de la Comisión Nacional de Animación Bíblica.

 

El Concilio Vaticano II con su Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la Divina Revelación, dio un gran impulso al acercamiento de todo el pueblo de Dios a la Biblia. Acuñando las palabras de San Jerónimo: «el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo» (DV 25), el Concilio invitó a todos los miembros de la Iglesia a sumergirse en el conocimiento de la Biblia y en la práctica frecuente de la lectura creyente y orante de la Sagrada Escritura para un encuentro fecundo, personal y comunitario con Cristo.

 

Dicha Constitución afirma que, en la Biblia, Dios, «habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (DV 2). Esto es lo que celebramos en la Iglesia Universal durante el Mes de la Palabra, antes llamado Mes de la Biblia. Alabamos, bendecimos y glorificamos a Dios que, mediante su Palabra, «lámpara para nuestros pies y luz en el camino» (Salmo 119,105), nos ofrece su amor gratuito e incondicional y nos invita a vivir en comunión permanente con Él y desde Él, con las personas que nos rodean.

 

Ahora bien, ¿cómo podemos responder a esta invitación? La respuesta parece ser simple, leyendo la Biblia. Sin embargo, no basta solo con leer la Biblia, ya que nosotros, discípulos de Jesús, no adoramos un libro, sino que adoramos a Jesucristo con sus gestos y palabras contenidas en ese libro. Por lo tanto, cuando leemos un texto bíblico necesitamos de unas disposiciones particulares para poder desentrañar la Palabra de Dios y conocer el mensaje de salvación que ella nos comunica. En primer lugar, necesitamos preparar el corazón para encontrarnos con Cristo. Luego, habrá que leer la Escritura en clave de oración asistida por el Espíritu Santo, ya que la Escritura, inspirada por el Espíritu Santo es animada en nosotros por el mismo Espíritu. Una tercera clave de lectura es la disposición al diálogo cercano y familiar con el Señor, Él nos habla mediante su palabra y nosotros respondemos a ella con generosidad dejando nuestra vida en sus manos para que ella sea iluminada por la palabra viva.

 

El Mes de la Palabra, celebrado en nuestros hogares y en nuestras comunidades, de una manera sencilla, nos recuerda que la Palabra de Dios es nuestro alimento de vida. «Yo soy el pan de la vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás», dice Jesús (Jn 6,35). Él es el pan cotidiano que se nos da como alimento cada día en el evangelio que propone la liturgia y en la hostia consagrada en la Eucaristía. Sus palabras son palabras de vida plena y eterna, como dice Pedro: «¿A quién iremos Señor?, solo tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68; ver Jn 6,63).

 

La vida cristiana es una vida en la escucha permanente de la palabra de Dios por medio del Espíritu Santo. Escucha que va moldeando en nosotros la imagen de Cristo, a fin de llegar a ser, como decía San Alberto Hurtado, “otros cristos para la Iglesia y el mundo”. «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica», dice Jesús (Lc 8,21). Con esta afirmación nos invita a formar parte de una nueva familia, la familia de los hijos de Dios, que se caracteriza por la apertura y docilidad de corazón para escuchar la palabra de Dios y discernir el camino propicio para ponerla en práctica. De este modo, la palabra nos mueve a la comunión íntima con Cristo y con el Padre por medio del Espíritu Santo y luego nos conduce al encuentro con las personas que nos rodean con una mirada acogedora, misericordiosa, fraterna y solidaria.

 

En su carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile (31 de mayo de 2018), el papa Francisco nos hizo un llamado urgente, poner a Cristo en el centro de la vida personal y en el corazón de la vida de la Iglesia en Chile. ¿Cómo hacerlo? El mismo Jesús nos enseña el camino: «Ustedes buscan en las Escrituras porque piensan que en ellas se encuentra la vida eterna; pero ellas dan testimonio de mí». Es decir, para conocer a Cristo y ponerlo en el corazón de nuestras vidas es necesario conocer y leer con gusto las Escrituras que nos revelan el rostro de Jesús, el corazón misericordioso del Padre y el amor del Espíritu Santo.

 

Para que Cristo vuelva a ser el centro de nuestra vida a lo largo del camino, celebremos este Mes de la Palabra con gozo y alegría al estilo de los discípulos de Emaús, que comentaban después de haber encontrado al Resucitado en su camino: «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?» (Lc 24,32). Preparemos un altar en un lugar importante de nuestro hogar, que tenga la Biblia, un cirio, unas flores y algún signo que exprese nuestro deseo de vivir en fidelidad a la palabra de Dios. Leamos el evangelio de cada día en familia compartiendo la vida en su luz. Preparemos también en nuestras comunidades, capillas, en el templo parroquial, un lugar destacado donde se pueda venerar la Escritura como Palabra de Dios que hace presente a Cristo en nuestra vida cotidiana ofreciéndonos su paz, consuelo y esperanza de una vida plena. Que durante este mes se proclame la palabra de Dios en todas nuestras comunidades para que junto a los discípulos de Emaús podamos experimentar el ardor de corazón que impulsa en la misión.

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