PASCUA: VIVIR COMO PEREGRINOS DE LA ESPERANZA

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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

La celebración de la Pascua siempre llega como un anuncio luminoso en medio de nuestras sombras. Cristo ha resucitado, y con Él, la vida triunfa sobre la muerte, la luz vence a la oscuridad, y el amor se impone sobre todo egoísmo. Esta certeza nos remece profundamente, porque no se trata solo de una conmemoración litúrgica, sino de una realidad que da sentido a toda nuestra existencia.

 

Este tiempo pascual lo vivimos con el corazón conmovido por la pascua de nuestro querido Papa Francisco. Su partida ha tocado el alma de la Iglesia entera. Pastor cercano, hombre de gestos proféticos y palabra clara, el Santo Padre nos enseñó a caminar con misericordia, a abrir las puertas, a ir a las periferias, a no tener miedo de la ternura. Su legado permanece vivo y nos impulsa a seguir su ejemplo: una Iglesia que se ensucia los pies por amor al Evangelio.

 

A la vez, miramos con esperanza el próximo Año Jubilar 2025, convocado precisamente por él, bajo el lema “Peregrinos de la esperanza”. Ahora más que nunca, ese llamado adquiere un peso espiritual profundo: seguimos siendo peregrinos, caminando juntos hacia el Jubileo, animados por la fe, la fraternidad y el testimonio luminoso de quien nos condujo con humildad y valentía.

 

En su carta a toda la Iglesia, el Papa Francisco nos recordó que “la esperanza no defrauda” (Rom 5,5). ¡Y cuánta falta nos hace recuperar esa esperanza en un mundo herido por la guerra, la violencia, la pobreza y la indiferencia! Como diócesis, hemos
vivido esta Pascua con renovada alegría en nuestras comunidades, sabiendo que cada paso aunque pequeño es una ofrenda de amor, fe y compromiso.

 

Los signos del Resucitado se hacen visibles en lo cotidiano: en la solidaridad con los más pobres, en los jóvenes que se comprometen con su fe, en la vida consagrada que ora y sirve en silencio, en los sacerdotes que entregan su vida sin descanso, en las familias que luchan por mantenerse unidas, en las parroquias que acogen, celebran y sanan. Allí está Cristo resucitado. Allí se enciende la esperanza.

 

Que esta Pascua, marcada por el dolor y la gratitud, nos despierte del letargo espiritual y nos impulse a vivir con alegría el camino sinodal que él mismo propuso a toda la Iglesia. Que no dejemos de ser peregrinos que caminan con otros, que escuchan, que se detienen, que cargan con los débiles, que anuncian con la vida lo que creen con el corazón.

 

Con María, Madre de la Esperanza, caminemos hacia el Jubileo. Que nuestras parroquias sean faros de luz en medio del cansancio del mundo. Que nuestra diócesis sea una casa abierta donde cada persona pueda reencontrarse con Dios. Cristo vive. Él es nuestra esperanza.

 

Monseñor Cristián Contreras Villarroel
Obispo de San José de Melipilla

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