MISA CRISMAL
CATEDRAL DE MELIPILLA
Miércoles 5 de abril de 2023
“La alegría del Evangelio”
+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla
En una noche de oración el Señor Jesús eligió a los que quiso, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar con poder de exorcizar a los demonios (Mc 3,14). También en una noche, en la Cena Pascual, el Señor consagró a los que había elegido para que fueran sus ministros y, en memoria suya, celebraran la Eucaristía y lavaran los pies a sus hermanos. Es lo que celebraremos mañana jueves Santo. Será el día de la Eucaristía, presencia real sacramental de Jesucristo: Cuerpo entregado y Sangre derramada. El sacrificio de Jesucristo es para revelarnos el amor de Dios rico en misericordia. Recordemos su enseñanza y mandato: “Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como Yo los he amado. Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando” (Jn 15, 12-14)
VOLVER AL PRIMER AMOR
En la línea de este mandamiento de Jesús, es bueno recordar el llamado del Apocalipsis a la comunidad de Éfeso, que bien nos puede ayudar en la reflexión de este día: “conozco tus obras, tu esfuerzo, tu paciencia (…). Eres perseverante y has sufrido por mi nombre, sin desmayar. Pero debo reprocharte que dejaste enfriar el primer amor” (Apoc. 2, 2-5).
No se trata de una acusación moralizante, sino un llamado a volver siempre a nuestras raíces, a las primicias de nuestro sacerdocio.
En esta Misa Crismal y mañana día de la institución de la Eucaristía, son días para peregrinar a ese “primer amor”. Momentos en que podríamos orar y relatar la historia de nuestra vocación. Pero el “primer amor” es mucho más que eso. El primer amor no consiste en que nosotros hayamos amado al Señor, sino en reconocer que Dios nos “primerea en el amor” (Papa Francisco). Él nos amó primero cuando nos creó. Él nos amó primero cuando nos llamó para ser presbíteros en la Iglesia santa. En estos días de Semana Santa y del Triduo Pascual estamos invitados a peregrinar hacia el amor con que el mismo Dios nos ha amado. Esa es la fuente primera de nuestra vocación.
¿Y cómo se peregrina hacia el primer amor? Se peregrina siguiendo y amando a Jesús. “Jesús, te amo”, dijo Benedicto XVI al culminar su peregrinación en la tierra. Se peregrina bendiciendo a Dios como lo hacen Jesús y la Virgen María. Se peregrina tomando en serio su Palabra, también aquella que inspiró nuestro sacerdocio y ordenación, y que suele estar escrita en las estampitas de nuestro recuerdo. El mío, hace 38 años, es: “¡Ven, Señor Jesús!”, el mismo lema episcopal. Es lo que tendré que meditar en estos días santos, con los ojos puestos en el Señor y en las necesidades de la diócesis. También se peregrina al primer amor volviendo al amor de nuestros padres, dando gracias porque nos engendraron a la vida y nos enseñaron las primeras palabras de la fe, así como las virtudes humanas, aquellas que se aprenden en la catequesis de la vida.
Pero junto a esos pasos de nuestra peregrinación, no olvidemos nunca que la vida y nuestra vocación, además de ser primariamente un don, también entraña una lucha, a veces, durísima. Es un combate contra nosotros mismos, y contra todo aquello que nos aleja de la cercanía del Señor, especialmente el “espíritu mundano”, como nos previene el Papa Francisco. Es el mal espíritu que fija la mirada en nuestro yo y pone en último lugar a los demás. Es el mal espíritu que se fascina con el poder y con los derroches vanidosos que hoy abundan en nuestra sociedad.
¡AY DE MÍ SI NO EVANGELIZARE!
Para que no olvidemos nuestro amor primero, el Señor Jesús nos vuelve a convocar, en la Misa Crismal, para renovar las promesas sacerdotales y salir fortalecidos a realizar el ministerio de evangelizar con signos y palabras, en todo tiempo y lugar. Lo acabamos de escuchar: “El Espíritu del Señor está sobre mi porque me ha consagrado con la unción. Él me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el tiempo de la gracia del Señor”.
Es tan clara su invitación que no podemos esquivarla. Son los pobres de las periferias humanas y existenciales. Son los cautivos de las cárceles que buscan rehabilitarse y también aquellos cautivos de otras situaciones que esclavizan. Son los ciegos que caminan con la ayuda de otros, pero que ven con su corazón y sobre todo son los ciegos que no quieren ver, como tantas veces lo señaló Jesús. Son los oprimidos de una sociedad y un Estado incapaz de superar la extrema pobreza, y de los migrantes abusados a causa de su precariedad por verdaderas mafias organizadas. Son los oprimidos por la trata de personas, esclavitud moderna, reiteradamente denunciada por el Papa Francisco.
“IGLESIA EN SALIDA” (cf. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 19-24).
Siguiendo el pensamiento del Papa Francisco, él nos llama a evangelizar siendo una “Iglesia en salida”, es decir, no sólo a los presbíteros y consagrados, sino a “la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”.
“La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa (…) y la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10). Por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva (…)”.
Y continúa el Papa: “Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Serán felices si hacen esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz”.
LAS VÍCTIMAS DE LOS INCENDIOS Y DE LA DELINCUENCIA
Al escuchar estas palabras es imposible dejar de pensar en aquellos que siguen sufriendo a causa de los incendios. Son los que perdieron familiares, son los que abandonaron sus hogares y que tendrán que reconstruir lo que tardaron años en edificar. Evangelizar es ayudar a un país para a ponerse de pie y acudir en auxilio de los sufrientes. Así lo hizo la pastoral juvenil, desde la parroquia San Francisco de El Monte, visitando la comunidad de Santa Juana en Concepción; así lo hizo también la parroquia Inmaculada Concepción ayudando a Bomberos en sus tareas. Las catástrofes provocadas por seres humanos son más lamentables que las provocadas por terremotos, maremotos, aluviones, erupciones volcánicas. De esto, Chile lo sabe.
Nuestra patria vive momentos de una profunda crisis de inseguridad. Todos los días hay noticias de una violencia creciente en la zona Sur y en el Norte de Chile. La delincuencia cada vez más violenta en las ciudades y en las zonas rurales. El narcotráfico que hace delinquir a menores de edad. El puerto de San Antonio que se ha transformado en la plataforma para la recepción y el envío de la droga. Creo que hay una tarea que realizar: la unión de la comunidad eclesial colaborando con las autoridades locales y todas las instancias educativas y comunitarias para rescatar nuestros barrios de la mala vida organizada.
Además, lo propio de la comunidad evangelizadora es alargar la mirada para acompañar en oración a quienes sufren también en otras latitudes de la tierra, especialmente los cristianos perseguidos en tierras bíblicas o en África donde han sido asesinados cristianos por odio a la fe o perseguidos por la dictadura de Nicaragua. Por eso el Papa Francisco nos dijo que la comunidad evangelizadora “acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia” (Evangelii Gaudium, 24).
CON EL UNGÜENTO DEL ESPÍRITU SANTO
Es cierto que el anuncio de la Palabra de Dios es vocación, pero también es sacrificio. Nos cuesta prepararla y pronunciarla. Pero cuando ponemos nuestra oración, el corazón, nuestros sentimientos, nuestro estudio e inteligencia al servicio de la Palabra, a ese sacrificio sigue el gozo de la vida nueva que el Espíritu Santo ha engendrado en nosotros y por nuestro intermedio al servicio del fiel pueblo de Dios.
Les pido el servicio de preparar, junto a sus hermanos sacerdotes, las homilías; escribirlas, aunque no necesariamente leerlas. Anunciemos siempre al Señor, porque predicar la Palabra de Dios es una constatación más de que hemos sido consagrados por el Ungüento del Espíritu Santo. Hagamos de la liturgia un encuentro de belleza porque como dice el Papa Francisco: “La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo” (Evangelii Gaudium, 24).
AL SERVICIO DE UNA LITURGIA HUMANIZADORA
Los presbíteros tenemos, entonces, otro don: la posibilidad de proclamar y celebrar la Palabra con toda el alma en la Liturgia sacramental. En ella hacemos fiesta por el paso del Señor en la vida de las personas.
Que Dios nos ayude con su gracia a ser fieles a la voz de nuestra madre Iglesia que, con afecto delicado, así como nos invita a celebrar diariamente la Santa Eucaristía, por nuestra salud espiritual nos invita a no presidir más de dos Misas en día laboral, ni más de tres en día festivo. Es una invitación maternal para celebrar con amor y devoción el misterio de nuestra fe que nos comunica la salvación (Mysterium fidei).
Por otra parte, démonos tiempo para prodigar el ánimo y el consuelo, ejerciendo el sacramento de la confesión. Eso es algo que produce gozo y paz, no exento de fatiga física, pero con el consuelo que produce ser ministros de la reconciliación.
CREYENTES Y FESTIVOS
Con mucha alegría quisiera terminar recordando que tenemos el privilegio, en nuestra diócesis de Melipilla, de ser espontáneamente creyentes y festivos. Un pueblo de peregrinos, santuarios, cuasimodistas, huasos y procesiones; de bautizos y velorios; de juntarnos en torno a la mesa fraterna para tomar té junto al pan amasado y la variedad de dulces que alegran la existencia. Llevamos en el alma la liturgia, los ritos cotidianos, el sentido del gesto, en la acogida, la alegría, y también en el dolor. Es un capital que no podemos perder. Una gracia que sólo cabe agradecer, bendiciendo a Dios que su servicio sea parte del corazón de nuestro ministerio.
Queridos sacerdotes, diáconos permanentes, religiosas y fieles de nuestras parroquias y comunidades quiero agradecerles su entrega cotidiana y generosa. No quiero idealizar, pero nuestra diócesis tiene un presbiterio entregado a la misión. Y también fraterno: es lo que he visto en Ustedes, especialmente en los momentos de gratuidad los días lunes o en un cumpleaños o en otras instancias de los decanatos, y muy especialmente en los encuentros de los primeros jueves de cada mes en la parroquia Santa Rosa de Chocalán, cuyo párroco y vicario se esmeran en acogernos y también regalarnos frutos del campo y de la vid. Agradezco a Dios por cada uno de Ustedes. Doy gracias a Dios porque veo en el ministerio de ustedes entrega gratuita y disponibilidad para los servicios eclesiales que necesitamos como diócesis.
Saludo con especial gratitud a nuestros hermanos mayores, algunos enfermos que tanto bien han realizado en su ministerio. Una palabra de gratitud a sacerdotes que han llegado a la diócesis a servir. Una especial gratitud al P. Pedro Tapia, párroco de Santo Domingo que ha servido con generosidad como Vicario de Pastoral, a quien acompañamos en su salud. Agradezco al P. Juan Pablo Miranda que ha aceptado asumir este trabajo.
Queridos sacerdotes, ahora junto a la Asamblea que nos acompaña, renovaremos las promesas sacerdotales y consagraremos, como un solo presbiterio, el Santo Crisma. Participaremos en la bendición del Óleo de los Catecúmenos y de los Enfermos. Le pedimos a San José, el Custodio del Redentor, que nos acompañe en nuestro ministerio; y con el Papa Francisco, Evangelii Gaudium, le decimos a la Virgen Santa:
“Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que
llegue a todos en don de la belleza que no se apaga.
(…) Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio llegue a los confines de la tierra y
ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
Manantial de alegría para los pequeños,
Ruega por nosotros.
Amén. Aleluya”.